Una de las escenas finales de Titanic de James Cameron nos muestra un marinero en un bote que intenta encontrar alguien con vida en medio de un mar de cadáveres. Mientras tanto, Rose yace apenas con vida en medio del océano, sobreviviendo gracias a una tabla que le permite flotar y no quedar totalmente sumergida en el agua helada. Ya estamos pensando que la historia terminará en tragedia total cuando vemos llegar al hombre que, farol en mano, grita sin cesar, como un mantra: “¿Hay alguien con vida aquí?”. Pasea en medio de los cadáveres, mientras su compañero lo mira con desánimo. Cada tanto, sus miradas se encuentran y el espectador, que sabe que Rose está aún con vida, teme que se desanimen y , rindiéndose a la evidencia, abandonen la búsqueda. Sin embargo, el marinero del farol no pierde la fe, redobla la apuesta, e insiste: “¿Hay alguien con vida aquí?” Mientras tanto Rose, que escucha la voz desde lejos, descubre que Jack ha muerto y debe tomar la decisión de quedarse ahí, entre los cadáveres y dejarse morir, o elegir seguir viviendo. Y la tentación de abandonarse está latente, da miedo lanzarse a un mundo nuevo, en una noche oscura, sabiendo que aquello con lo que habíamos soñado, solo sobrevivirá en el recuerdo de nuestro corazón. Como sabemos, Rose elige vivir, se las arregla para arrebatar un silbato de las manos congeladas de un muerto vecino y comienza a soplar con las pocas fuerzas que aún tiene. El sonido es débil , casi imperceptible, pero en la oscuridad de la noche esa nota interrumpe el pesado silencio del océano y llega hasta el marinero que insistente sigue repitiendo: “¿Hay alguien con vida aquí?” Cuando finalmente es rescatada, otra vez tiene la posibilidad de volver a su antigua vida. De hecho su prometido oficial , la sigue buscando entre los sobrevivientes, pero ella ya no se reconoce en esa mujer sin esperanza atrapada en una vida perfecta pero infeliz, y lo deja pasar a su lado sin reaccionar. Las escenas finales nos muestran las fotos de una vida vivida, con riesgo, con pasión, lejos de la pesadilla que en algún momento le hace pensar en suicidarse al comienzo del film. Hace unos días, cuando miraba esta escena de la película, acostumbrada, casi adormilada, porque eso pasa con las historias a las que ya le conocemos el final , tuve una súbita revelación. Me di cuenta de que muchas veces había circulado en distintas organizaciones a través de un mar repleto de cadáveres. Muertos en vida durante las reglamentarias ocho horas, autómatas que matan el tiempo, que aguantan, que soportan, que hacen “lo que hay que hacer” para “ganarse la vida”. Espacios sin vida delimitados por reglas de funcionamiento y estructuras determinadas por la lucha por el poder. Organizaciones basadas en el ego y en la autoafirmación, indiferentes a los cadáveres que se caen por la borda porque, ya se sabe, como en la película, no hay botes para salvarnos a todos. Organizaciones viejas, gigantes, avasallantes y lujosas que, sin saberlo, inexorablemente, ya chocaron con el iceberg y, como el Titanic, se están hundiendo. En mi rol de resucitadora organizacional, como a veces me gusta definir el trabajo que hago, tuve infinitas veces la oportunidad de ir por el océano, farol en mano, gritando yo también : ” ¿Hay alguien con vida aquí?” . La historia se repite. Siempre suenan algunos silbatos: oportunidades de renovación y vida que las organizaciones no siempre están preparadas para ver. En estos años de recorrer empresas, entidades públicas, sindicatos, escuelas, organizaciones sin fines de lucro, movimientos de espiritualidad, y otros espacios, hay algo que es siempre igual: la respuesta a los supuestos problemas está escondida en la misma organización. Obtenemos los resultados que nos merecemos obtener a partir de lo que hacemos. El miedo y el cinismo engendran más miedo y cinismo, mucha parálisis y estructuras defensivas. El amor y la confianza generan espacios colaborativos en donde, el aprendizaje es la constante que permite el crecimiento personal y organizacional. ¿A qué realidad nos estamos acostumbrando? ¿Qué tipo de resultados estamos obteniendo? ¿Cuánto tiempo nos queda hasta que nos congelemos por completo? Si quieren resucitar , las organizaciones de las que formamos parte, tendrán que prestar mucha atención a la pregunta que se repite como un mantra: “¿Hay alguien con vida aquí?” y como Rose, podrán decidir recomenzar.
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“ El amor, que permite al otro, ser un legítimo otro, es la única emoción que expande la inteligencia." H. Maturana Parece que el amor es algo que debe quedar fuera del ámbito laboral. Cuando trabajamos, dice el imaginario popular, nuestras emociones deben quedar en un segundo plano. La idea de las personas como engranajes de una organización, como partes de una máquina perfecta, propia del modelo industrial del siglo XIX sigue predominando en la mayoría de los ambientes laborales de hoy. Sin embargo, ya es tiempo de agradecer los servicios brindados por el viejo paradigma y darnos la posibilidad de ingresar en el mundo de los seres vivos. En este mundo la emoción cumple un rol fundamental no solo para detenernos ante el peligro, sino para traccionar nuestros proyectos y amalgamar los equipos que los llevan adelante. La realidad es que, estamos presenciando el inexorable quiebre de los muchos controles sociales que encauzaron la vida en los dos últimos siglos. Ya no aceptamos un “se debe” como explicación y cada vez más los expertos en calidad de vida, nos enseñan a desafiar los “tengo que” como un modo de ser auténticos y felices. Ahora, la responsabilidad frente a los resultados, fruto de las decisiones que tomamos, empieza a quedar del lado de las personas, vistas como protagonistas. “Soy artífice de mi destino, soy el timonel de mi alma” decía Nelson Mandela, mientras generaba una de las mayores revoluciones de nuestros tiempos. En este nuevo escenario, los esquemas piramidales se derrumban y su elemento amalgamante: “el miedo” empieza a ser menos efectivo. La resistencia pasiva aparece en forma de ausentismo, falta de compromiso, rotación. ¿Cuál es la fuerza motriz de esta nueva época en la que somos invitados a dejar de lado el “ego” para generar entornos colaborativos y participativos? ¿Cómo transitar desde el paradigma del miedo y la escasez en donde la avaricia manda y destruye, al de la abundancia y la confianza que nos posiciona como líderes de nuestras vidas? El desafío de nuestros tiempos no es ya mandar y dirigir, sino habilitar y facilitar, confiando en que lo que tenga que suceder, sucederá. Pero para eso, es necesario abrevar en aguas nuevas. El amor, anímense a probarlo, es la única emoción que expande la inteligencia. |
Marta bendomirreflexiones y aportes entradas
December 2019
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