Cuando era chica las organizaciones de las que ya formaba parte, (escuela, familia, club) estaban llena de reglas para cumplir. No importaba si las entendía y mucho menos las emociones que me despertaran. Ese era el mundo. Esas eran las opciones. Sin embargo yo ya sabía que había muchas otras cosas que me inquietaban y que no podía hablar con nadie. En general me sentía así: Con el tiempo y los años pude conquistar algunos “derechos a réplica” luego de haber demostrado que era una “buena alumna”, una “buena hija”, y una experta en fingir y esconder lo que realmente me estaba pasando. Como la caja me quedaba demasiado “chica” enseguida empecé a participar en grupos que me proponían horizontes más amplios. Lo primero que encontré fue algo más o menos así: Formé una familia y la vida me llevó a trabajar en una gran organización en donde era cada vez más difícil tomar decisiones que compatibilizaran la persona en la que me estaba convirtiendo con la demanda externa. Me desprendí de algunos grupos fundamentalistas y me ilusioné pensando que podíamos construir una realidad diferente en el trabajo. Eramos jóvenes, éramos amigos y queríamos luchar contra la injusticia, así que entre varios decidimos formar parte de un sindicato. A partir de ese momento, mi vida se transformó en algo más o menos así: Fue mi primer percepción fuerte de cuánto influía en las decisiones, y por tanto, en los resultados que obteníamos, el tema de la distribución del poder. Todo, era para eso: “construir poder”, para “tener poder” para luchar contra “los otros” que tenían el poder. Alguien , que estaba “arriba”, tenía que mandar/conducir a los que estaban abajo , cuya función era “acompañar orgánicamente”. Es decir, dicho en criollo: no sacar los pies del plato. La crisis de los cuarenta me encontró abatida y llena de cuestionamientos acerca de quién era y qué sentido tenía lo que hacía. Ya no creía en las grandes estructuras jerárquicas, de modo que me llamé a silencio y comencé un largo proceso de autoconocimiento, cuyo mayor trabajo fue sanar del profundo enojo y frustración que me habían provocado las experiencias anteriores. Así que durante un tiempo solo hice esto: Como hace poco me recordó un amigo “de todo laberinto se sale por arriba” . La gran travesía interna me conectó con la chica que vivía en la caja y que durante tanto tiempo había tomado tan malas decisiones para conformar a todo el mundo. Ella me llevó a un lugar de paredes de colores en donde la gente hacía dibujos y construía más y mejores formas de trabajar juntos . Aprendí palabras nuevas como colaboración, horizontalidad, propósito, autoorganización, totalidad y muchas otras que hacía tanto que buscaba. Me contaron que eso era un cambio de paradigma que se llamaba “agilidad” y en verdad , tengo que decir, que desde entonces me siento mucho más liviana.
El cambio de mirada me permitió entender también que todo lo que hacemos, el modo en el que nos pensamos, las “formas” que nos damos, se tratan, en definitiva, de la posibilidad que tenemos de elegir cada día quienes estamos siendo, con toda libertad.
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Marta bendomirreflexiones y aportes entradas
December 2019
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